Entre montañas, nubes, lluvia, y el azul del cielo

Este contraste maravilloso, es una constante sin igual; se puede divisar en los andes del Perú profundo.

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Entre montañas, nubes, lluvia, y el azul del cielo

Este contraste maravilloso, es una constante sin igual; se puede divisar en los andes del Perú profundo.

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miércoles, 1 de abril de 2020

El Árbol de la Quina

Este hermoso cuento recopilado del relatado de la gran escritora María Wiesse, en el libro “Cuentos Infantiles Peruanos”, de la selección, comentarios y notas de Sebastián Salazar Bondy. Lima 1958. Relato de como la tierra generosa de América daba al mundo un tesoro más precioso que el oro y todas sus minas, con el árbol de la Quina o Chinchona, el precioso árbol de la salud y de la vida.

EL ÁRBOL DE LA QUINA [1]
por María Wiesse

Había una vez, en una región muy cálida de América llamada Loja, un indio que se sentía muy enfermo.

Árbol de la Quina. Foto: Agronoticias Revista para el Desarrollo.

La cabeza le ardía, un frío intenso le helaba y le sacudía el cuerpo, y sus dientes chocaban el uno contra el otro. Ni las yerbas del curandero de la tribu, ni las palabras mágicas del hechicero habían podido curar al pobre indio. Envuelto en un grueso poncho se fue el hombre por el campo; casi no podía caminar, tales eran su malestar y su debilidad. Cerca de una acequia, bajo unos árboles de frondoso follaje, se sentó el indio. Tenía mucha sed y sacó agua del arroyo, allí donde crecía y mojaba sus raíces uno de esos árboles. El agua tenía un gusto muy amargo, pero tan grande era la sed del enfermo que tomó varias veces del áspero brebaje.

¿Qué virtudes maravillosas tenía aquella agua que calmó la fiebre del indio, le devolvió sus fuerzas, dio colores y lozanía a su rostro marchito y amarillento?
¿Por qué aquel remanso, donde caían trozos de la corteza del árbol que allí crecía, sanó con su amargo sabor al enfermo, que ya creía morirse? Nadie, en la región, podía curarse de aquellas fiebres que cada cierto tiempo se apoderaban de los que las habían sufrido una vez; él, Pedro de Leyva, con sólo tomar el agua, donde un árbol dejaba caer su corteza, estaba sano, robusto, vigoroso, libre de las terribles fiebres.

¿Sería un milagro del cielo? Pedro de Leyva había encontrado el árbol de la quina o de la cascarilla, uno de los más valiosos dones que la naturaleza ha hecho al hombre. El árbol de la quina era el árbol que crecía a la orilla del arroyo, donde el indio sació su sed; Pedro de Leyva había encontrado el maravilloso remedio que iba a sanar las tercianas, o fiebres palúdicas, y que, ni en el Viejo ni en el Nuevo Mundo, nadie podía curar.

El indio hizo conocer a otros indios de la región prodigiosa medicina. Apenas se sentían los indígenas atacados de las tercianas tomaban la corteza del árbol de la quina, diluida en agua.

Esto sucedía en el siglo diez y siete. Cayó enfermo, con las fiebres palúdicas, un sacerdote jesuita, muy querido de los indígenas. Ellos dieron al taita[2] la corteza que sanaba; así expresaban los pobres y humildes hijos de América su gratitud al europeo, que había sido buenos con ellos.

Ellos, los descendientes de una raza despojada, vencida y humillada, sabían querer y agradecer al blanco que les manifestaba cariño y bondad.

En el palacio del Virrey, en Lima, la Virreina estaba muy enferma. Las fiebres palúdicas se habían apoderado de la noble señora y el médico, D. Juan de la Vega, no sabía cómo detener el mal, que destruía el organismo de la Virreina. El Virrey, Conde de Chinchón, sentía inmensa pena; se moría su esposa, la hermosa y joven doña Francisca Henríquez de Ribera: se moría porque no había remedio para vencer su enfermedad.
Y pasaban los días; la fiebre no dejaba a la Virreina, consumiéndola poco a poco. En las iglesias, en los conventos, en los monasterios de la ciudad, se rogaba por la Condesa; se pedía a Dios que no la dejara morir.

Las noticias de la enfermedad de la Condesa de Chinchón llegaron hasta la lejana provincia de Loja, donde se había descubierto el árbol de la quina. Un jesuita trajo, entonces, apresuradamente a Lima, los preciosos polvos que curaban las tercianas, y los llevó al palacio donde agonizaba la Virreina. Después de tomar varias dosis de los polvos, sanó Doña Francisca Henriquez de Ribera. La corteza del árbol de la quina había vencido, una vez más, a las fiebres palúdicas.

La tierra generosa de América daba al mundo un tesoro más precioso que el oro de sus minas, y si España nos obsequió con el trigo, el olivo y la vid, nosotros se los devolvimos con el árbol de la salud y de la vida.


El árbol de la Quina: recurso emblemático del Perú. Foto: Biodiversifícate-t. Pronaturaleza.

La Quina: lugares en el Perú donde puede ubicarse. Foto: Agronoticias.

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[1] Del árbol de la quina o chinchona se extrae la quinina, medicamento destinado a la curación del paludismo y la terciana.
[2] Taita: Voz quechua. Significa padre.

Fuente:
“Cuentos Infantiles Peruanos”, de la selección, comentarios y notas de Sebastián Salazar Bondy. Lima 1958.

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